Dislexia sin Complejos

jueves, junio 10, 2010

Sancho Panza y la dislexia

Por F. Martínez

Mi hija Helena, la autora de la Autobiografía que publicábamos hace algunas semanas, a fuerza de convivir con la dislexia de su hermana, ha desarrollado una gran habilidad para detectarla. En el trimestre pasado, en el intercambio que realizó en Toulouse, al día siguiente de su llegada a la familia donde tenía que convivir durante una semana, nos contaba que su francesita, Amelie, era disléxica. Y, efectivamente, resultó que Amelie es o tiene, dislexia, discalculia y disortografía.
Durante este último trimestre del curso ha tenido que leerse Don Quijote de la Mancha que, aunque en una versión adaptada de la Editorial Vicens Vives, no deja de ser un libro de tamaño respetable, aunque nada que ver con la famosa edición de Espasa Calpe que nos tocaba leer a nosotros a su edad.



Nos dejó sorprendidos el otro día cuando exclamó:

-¡Sancho es disléxico!

Al preguntarle cómo había llegado a esa conclusión, nos remitió a una serie de pasajes del libro que os transcribimos (del original, no de la versión adaptada)

(El Quijote 2ª parte, capítulo 3)

-Callad, Sancho -dijo don Quijote-, y no interrumpáis al señor bachiller, a quien suplico pase adelante en decirme lo que se dice de mí en la referida historia.
-Y de mí -dijo Sancho-, que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della.
-Personajes que no presonajes, Sancho amigo -dijo Sansón.
-¿Otro reprochador de voquibles tenemos? -dijo Sancho-. Pues ándense a eso, y no acabaremos en toda la vida.


(El Quijote 2ª parte, capítulo 19)

-¡Oh! Pues si no me entienden -respondió Sancho-, no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates. Pero no importa: yo me entiendo, y sé que no he dicho muchas necedades en lo que he dicho; sino que vuesa merced, señor mío, siempre es friscal de mis dichos, y aun de mis hechos.
-Fiscal has de decir -dijo don Quijote-, que no friscal, prevaricador del buen lenguaje, que Dios te confunda.
-No se apunte vuestra merced conmigo -respondió Sancho-, pues sabe que no me he criado en la Corte, ni he estudiado en Salamanca, para saber si añado o quito alguna letra a mis vocablos. Sí, que, ¡válgame Dios!, no hay para qué obligar al sayagués a que hable como el toledano, y toledanos puede haber que no las corten en el aire en esto del hablar polido.


(El Quijote 2ª parte, capítulo 68)

Cerró la noche, apresuraron el paso, creció en los dos presos el miedo, y más cuando oyeron que de cuando en cuando les decían:
-¡Caminad, trogloditas!
-¡Callad, bárbaros!
-¡Pagad, antropófagos!
-¡No os quejéis, scitas, ni abráis los ojos, Polifemos matadores, leones carniceros!
Y otros nombres semejantes a éstos, con que atormentaban los oídos de los miserables amo y mozo. Sancho iba diciendo entre sí:
-¿Nosotros tortolitas? ¿Nosotros barberos ni estropajos? ¿Nosotros perritas, a quien dicen cita, cita? No me contentan nada estos nombres: a mal viento va esta parva; todo el mal nos viene junto, como al perro los palos, y ¡ojalá parase en ellos lo que amenaza esta aventura tan desventurada!


Es cierto que Sancho es un prevaricador del buen lenguaje como dice Don Quijote, pero de ahí a decir que es disléxico, es mucho decir. Para nuestros hijos, criados en un entorno actual de enseñanza obligatoria, parece difícil entender que no ha sido siempre así. En la época de Cervantes, el acceso a la enseñanza era un verdadero privilegio y el entrañable Sancho Panza no sabía leer ni escribir como queda patente cuando don Quijote tuvo que escribirle la carta para el ama y la sobrina en la que le cedía los dos pollinos; pero sí que sabía firmar, pues en otro punto del libro dice: Bien sé firmar, que de chico aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que allí decía mi nombre.
El resultado puede llegar a ser muy similar entre la dislexia y el analfabetismo, como muy bien nos expone Ruth Rendell en La mujer de piedra:
Las gafas, sostenidas por Melinda entre el pulgar y el índice, colgaban entre las dos mujeres. Eunice no hizo intención de cogerlas. Trataba de pensar. ¿Qué podía hacer, cómo podía salir de aquello, qué escapatoria le quedaba? Desconcertada, Melinda bajó el brazo y, al hacerlo, miró de cerca los cristales de las gafas y vio que no estaban graduados. Sus ojos fueron al sonrojado rostro de Eunice, a su vacua mirada, y las piezas del rompecabezas que hasta entonces había sido inexplicable -el hecho de que nunca leyese un libro, ni mirase un periódico, ni dejara una nota, ni recibiera una carta- cayeron en su lugar. Casi en un susurro, preguntó:
– Miss Parchman, ¿es usted disléxica?
Eunice pensó vagamente que aquel debía de ser el nombre de alguna enfermedad de la vista.
– ¿Cómo? -preguntó, con una débil esperanza.
– Dispense. Quiero decir que no sabe usted leer, ¿no? No sabe leer ni escribir.


La película La ceremonia (La cérémonie, Claude Chabrol, 1995) es rigurosamente fiel a este pasaje que representa el desencadenante de un fatal desenlace.



En 1968, la Federación Mundial de Neurología propuso la siguiente definición de la dislexia del desarrollo: "Un trastorno que se manifiesta por la dificultad para el aprendizaje de la lectura a pesar de una educación convencional, una adecuada inteligencia y oportunidades socioculturales" (Critchley & Critchley, Dyslexia Defined, 1978), que, aunque no es perfecta, es una buena definición operativa.
Hemos resaltado deliberadamente lo de a pesar de una educación convencional porque, a menudo, se nos olvida, como a mi hija Helena al calificar a Sancho de disléxico.
Una persona sin letras (sin estudios), el omo sanza lettere como se refería a sí mismo Leonardo da Vinci, el gran autodidacta que no tuvo acceso a un aprendizaje convencional por ser hijo ilegítimo, no puede ser calificado de disléxico. Quizás lo sea, pero al no tener acceso a una educación convencional no ha tenido la oportunidad de demostrarlo.

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1 Comments:

  • Durante un trabajo sobre las estereotomía de la piedra, más bien sobre las marcas de cantería, que extraje de un libro de montería medieval, utilicé la misma cita: Bien sé firmar, que de chico aprendí a hacer unas letras como de marca de fardo, que decían que allí decía mi nombre.

    La Edad Media está llena de marcas, de logos, de códigos... muchos de ellos desaparecidos a nuestors ojos.

    ¿Necesitarían poner todo un texto cuando simplemente deseaban identificar algo?. Desde luego tontos no eran.

    Me ha resultado entrañable.

    By Blogger Manuel, esbama, at 16/6/10 20:45  

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